CINE Y PEDIATRIA 4
publicado: sábado 13 de julio de 2013 142 Cine y Pediatría [183] Y para ello Desanzo se lanzó a la búsqueda de artistas por centros de acogida, reformatorios y zonas de chabolas, con el fin de contar un drama de desarraigo con tintes autobiográficos. Así, Abel Ayala, el actor que da vida al Polaquito, no ha conocido a su padre ni a su madre. Lo crio su abuela y a los diez años se escapó de casa para vender chucherías en la Estación Central de Buenos Aires. En 2003, Juan Carlos Desanzo contó con él para ser el protagonista principal de la película y entonces es cuando nos regala una de esas interpretaciones inolvidables. El propio director nos comenta que “muchos niños y adolescentes deambulan sin rumbo por las calles porteñas con la sombra de trágicos destinos. Ellos pasan a nuestro lado con su carga de dolor, intentan recolectar entre humillaciones y vergüenza alguna moneda que les permita sobrevivir en un micromundo que los ignora o recorren una amplia gama de lugares de la ciudad con el pretexto de ofrecer las mercaderías más insólitas, incluso su voz o su cuerpo”. Porque los chicos de la calle son los hijos de nadie: trabajo infantil, prostitución y abuso de poder. Porque la historia del Polaquito lleva al cine una historia más de esas que lamentablemente vemos por la calle, o en la televisión o en los diarios. Y, claro está, no solo en Buenos Aires. Las necesidades humanas se encuentran en una pirámide de cinco escalones. En el inferior se localizan las necesidades fisiológicas (salud, comida, etc.). El segundo escalón son las necesidades de seguridad (justicia, educación, vivienda, etc.). El tercero son de pertenencia y afecto, estas que sirven para ser más seguros de uno mismo. El cuarto escalón de la pirámide pertenece a la estima y autorrealización como persona. Y en la cúspide podemos situar la necesidad de ser mejores y la el crecimiento personal. Como claramente refleja la película, los adolescentes que se nos presentan apenas pueden pisar alguno de esos escalones, y casi de soslayo. Y así, de nuevo, el cine es un reflejo de la sociedad, de sus crisis y de su tiempo, el cine se transforma en un elemento de denuncia, de emoción y de reflexión. Porque uno de los signos de marginalidad social más preocupantes de una ciudad es la
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