CINE Y PEDIATRIA 4
publicado: sábado 10 de agosto de 2013 158 Cine y Pediatría [187] Unidos ; pero en Japón no se andan con medias tintas con la animación y esta película es un ejemplo paradigmático, una película más de adultos que de niños. La tumba de las luciérnagas fue estrenada en cines en 1988 formando programa doble con otra producción Ghibli: Mi vecino Totoro (Hayao Miyazaki, 1988). El hecho de que dos títulos de características tan disímiles (la primera más para adultos, las segunda más para niños), aunque más interrelacionados de lo aparente, dan una idea válida de los muy diferentes estándares de la cultura japonesa con respecto a la occidental. La tumba de las luciérnagas se centra más en la destrucción de las familias durante una guerra, así como en la indiferencia ante el sufrimiento que genera en las personas, que en la guerra en sí. Se habla sobre todo de las emociones que rodean a los niños, que son los personajes principales. Y ofrece una excelente visión de la cultura de Japón, donde las necesidades del individuo no son tan importantes como las necesidades de la familia y la nación. La película empieza por el final: “21 de septiembre de 1945: ese fue el día en que morí” . Es la primera frase, en la voz de Seita. Un modo bastante original de comenzar una película, más aún una película animada, supuestamente para niños: un protagonista muerto, en un comienzo que nos recuerda al mejor Billy Wilder de Sunset Boulevard (1950). Esta es la historia de Seita y su hermana pequeña Setsuko, dos niños que nacieron en el momento y en el lugar equivocado. Tras perder a su madre y su hogar en uno de los bombardeos aliados al Imperio del Sol Naciente y, ante la imposibilidad de contactar con su padre, un oficial de la Marina, los dos pequeños tratan de sobrevivir solos en un mundo que se muestra cruel. Ocultos en un refugio antiaéreo abandonado de la ciudad de Kobe, Seita comienza a robar comida para alimentar a su hermana enferma. El panorama a su alrededor, cuando son recogidos por una pariente lejana, se verá cada vez más y más reducido a la miseria y la desesperanza, solo aliviada por placeres minúsculos como el agua del mar, los caramelos
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