CINE Y PEDIATRIA 5

112 publicado: sábado 10 de mayo de 2014 Cine y Pediatría [226] estilo de Cero en conducta (Jean Vigó, 1933). En esa escena, la poesía de Favio permite narrar la violación que sufre el amigo de Polín a manos de una jauría de niños desnudos que se encontraban nadando en el mismo río. •  La tercera parte finaliza con Polín regresando a la villa de chabolas para encontrarse con Fabián (interpretado por el propio Leonardo Favio), un conductor de carruaje solitario y triste como Polín. Tras seguirle los pasos por la noche, Polín descubre que los hombres de la villa hacen cola en una chabola donde habita una prostituta. Polín, intrigado por el goce que escucha en el interior de la casa, busca dinero para perder su virginidad, pero el encuentro con el caballo de Fabián le hace retroceder a la infancia para elegir jugar con el caballo en lugar de con la meretriz. Y aquí una nueva maravillosa escena, y esta nos recuerda a El limpiabotas (Vittorio de Sica, 1946), única secuencia de la película en la que nuestro protagonista se comporta como lo que es, un niño, y en la que observamos la cara ilusionada de Polín al juguetear con el caballo. Sin embargo, al final Polín, hundiéndose en la oscuridad de la noche, se aleja junto al policía que lo lleva detenido hacia el reformatorio, en donde, adivinamos, volverá a crecer en él la única esperanza que cobijó en su corta vida y que no es otra que la de volver a escaparse. Y con ello Favio nos recuerda (recordando su infancia) que los momentos de felicidad e inocencia son cortos en la vida, instantes que, con el paso del tiempo, nunca volverán. Crónica de un niño solo es una película demoledora a la vez que bella y poética, única por sus imágenes subyugantes y sus silencios, escenas que quedan grabadas a fuego en la memoria del espectador , con marcado tanino cinematográfico por el duradero recuerdo de su visionado y por la experiencia vital de gran carga filosófica: una poesía de la soledad infantil que nos recordará que la pérdida de la inocencia supone el desprendimiento de nuestras ensoñaciones para darnos de bruces con esa realidad que todo arrolla. Se atribuye a Pier Paolo Pasolini,

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